lunes, 11 de enero de 2016

Lo que tenga que ser será a su tiempo y en su momento

Lo que tenga que ser será, a su tiempo y en su momento, porque el destino es incierto y a veces simplemente los vientos no soplan a nuestro favor ni nuestras velas están por la labor de izarse a pesar de nuestro empeño.
Dicen que las mejores cosas no se planean, que simplemente suceden y que es mejor no presionar al tiempo. Porque realmente si algo debe pasar, sucederá de todas maneras. Y si no debe hacerlo, pues no lo hará. Es simple.
Por eso de vez en cuando es bueno no planear ni esperar, dejar de exigir razones por las que seguir avanzando por un camino que no vemos muy claro y bajarnos del mundo de las expectativas y de las programaciones.

El hecho de que las cosas sean más sencillas de lo que en origen nos planteamos nos abre un gran abanico de posibilidades para disfrutar de la vida desde otra perspectiva mucho más relajada y simpática para nuestro bienestar.


Todo pasa, todo llega, todo se transforma

Probablemente todos estaremos de acuerdo en que somos producto de nuestras circunstancias y de nuestros deseos. Sin embargo, a veces estos resultan incompatibles o, al menos, nos cuesta digerir las consecuencias que acarrean. Esto genera preocupaciones que hacen que nos sintamos angustiados y, como se suele decir, amargan nuestra existencia.
En esta ocasión es bueno que echemos mano de un famoso proverbio árabe que encierra en sí mismo una lógica aplastante: Si tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no la tiene, ¿por qué te preocupas?

Lo cierto es que sí, parece obvio que no deberíamos preocuparnos de aquello que no podemos resolver, pero dejarse llevar y mantener la calma en ciertos momentos puede ser prácticamente imposible.
Por eso quizás lo que debemos aprender es que hay ciertas cosas que se escapan de nuestro control y que en muchas ocasiones dejar que la vida fluya y aceptar cuáles son las circunstancias es la mejor de nuestras opciones.

No somos la coraza, somos la respiración

Somos aquello que digerimos, las piedras con las que tropezamos, los rasguños que no curamos y los finales trágicos de nuestra vida. No somos todo sonrisas, alegrías o verdades, también somos mentiras (las que nos cuentan y las que nos contamos), somos las críticas y las lágrimas que no lloramos.
Así que para abarcar con nuestras riendas todo lo que nos compone lo tenemos más que complicado. Pero esto no significa que tengamos que desconfiar de la felicidad o, simplemente, de las casualidades de la vida.
No se trata de creer o no creer en el destino, sino de dejar que las circunstancias nos sorprendan y así abrir las ventanas del relax emocional para que nos ayuden a reavivar nuestros sentimientos.


De vez en cuando es necesario huir de nosotros mismos y de nuestras expectativas. O sea, lavar nuestra mente para tomar perspectiva, contar hasta diez y rellenar de oxígeno nuestros pulmones.

Esto nos ayudará a no perder trenes y a no arrepentirnos de aquello que hemos perdido por nuestra inquieta manía de marcar los signos de puntuación de un texto. Cuando tenga que ser punto y final, que lo sea, pero respetemos los puntos suspensivos, las comas y los puntos y aparte.
Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte y que es precisamente ese impulso el que te ayuda a recorrer kilómetros y kilómetros de caminos de piedras con los pies descalzos.  La verdad es que la clave está en estrujar los errores y en disfrutar de los vientos del cambio.

Recuerda que aquellas partes de ti con las que no conectas habitualmente pierden la fuerza que necesitan para activarse. Por eso, no dejes que la vida pase mirando cómo se consumen las pilas de tu reloj, no retrocedas.
Dale continuidad, aprende a relajarte, a mirar con lupa aquellos pensamientos que te dañan y a contemplar la vida con paciencia. No intentes planear cada milímetro de tu recorrido, a veces simplemente necesitas desenfocar tu cámara y dejarte llevar por las casualidades.

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