jueves, 14 de octubre de 2010

Nos miramos a los ojos, ya llenos de lágrimas y permanecimos callados por horas, solo mirándonos y sanándonos de a poquito aferrados de las manos. Pronto no aguantamos más el nudo que nos crecía en la garganta como una ácida espina de tristeza y rompimos a llorar. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas y parecían no terminar. No quise soltarte, nunca te dejaría ir. Entonces te abracé y deseé que aparecieras conmigo para hacernos felices (...) para decirte lo mucho que te necesito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario