Hay que conocer la soledad, detenerse a convivir con ella por más dolorosa que nos parezca. Porque cuando llega la nada, queda la soledad. Lo es todo cuando no tenemos nada. Y no queda más remedio que aprender a escuchar sus consejos, y palpar sus abrazos. Verla en esa ventana entreabierta en medio de la noche y que solamente tú puedes levantarte a cerrar bien, en el silencio, en el no ser de las cosas.
No encariñarse demasiado con ella también es imprescindible, porque quizás mañana toque a tu puerta una oportunidad. Y es que es un buen lugar para encontrarse, pero no recomendable para quedarse para siempre. Y sobre todo no olvidar que siempre estará ahí para cuando volvamos a estar solos.
domingo, 2 de enero de 2011
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