jueves, 24 de marzo de 2011

Mira atrás un segundo. ¿Qué ves?
Hace unos años yo era muy distinta. Era tímida, reservada, hablaba poco y reía aún menos. Me costaba mostrarme y se me atragantaban los sentimientos. Alguna vez cayó alguna mentira piadosa, pero era buena chica... de esas de las que sus padres están orgullosos y enseñan sus notas a todo el mundo. No tenía mucha autoestima, pero en el fondo pensaba que era mejor de lo que los demás creían. Tenía la cabeza llena de tonterías, y a los diez años ya me creía mayor. Me moría de vergüenza cuando tenía que hablar en cualquier tienda o restaurante, y siempre lo evitaba; y además me daban miedo un montón de cosas, y me rendía con facilidad. Nunca creí en los cuentos de hadas pero si que confiaba en que todo el mundo fuera bueno y cariñoso. No tenía mucho mundo, ni era muy popular; siempre buscaba dar más de mí misma y era muy perfeccionista. Pasaba desapercibida, era poca cosa, y no me importaba demasiado mi aspecto. Me daba pánico hacer el ridículo y por eso me quedé con ganas de hacer muchas cosas. Vivía en una continua espera de algo genial que siempre estaba por llegar...

¿Y ahora? ¿Qué queda de eso ahora?
Ahora... he cambiado un mundo y medio. Soy extrovertida, y a veces incluso atrevida. Hablo todo lo que puedo y me río aún más (¿habéis escuchado eso de que reír alarga la vida? Pues yo quiero ser inmortal). Se me siguen atragantando los sentimientos, pero he conseguido aprender a expresarme de un forma más o menos decente. Dejé las mentiras piadosas para convertirme en la sinceridad en persona, y de la buena chica no queda ni rastro (a mis padres mejor ni les menciono). La autoestima sigue donde estaba, pero ahora pienso que no soy tan buena como todo el mundo cree. Sigo con la cabeza llena de tonterías y, con quince años, me niego a aceptar que soy mayor. Al menos, ahora solo me muero de vergüenza en determinadas ocasiones, lo demás lo llevo bien; y el único miedo que conservo es al de quedarme sola. Sigo rindiéndome con facilidad aunque ahora me molesto en disimular y, a veces, incluso soy capaz de luchar por algo... si de verdad me importa. También he descubierto que la bondad mundial es un chiste, y la gente no hace más que decepcionarme. He viajado, he visto un montón de cosas, conozco a muchísima gente... y me importa muy poca. Tengo la sensación de que el número de personas que realmente saben quién soy es inversamente proporcional a mis deseos de que a todo el mundo le guste lo que ve. Y sí, sigo siendo igual de perfeccionista, y nunca me parecerá que doy lo suficiente de mí misma. Pero ya no paso desapercibida, y está claro que me preocupo por mi aspecto. Sigue dándome pánico hacer el ridículo, pero cuido cada uno de los pasos que doy para que eso no suceda. Hace mucho que no me quedo con ganas de hacer nada... y jamás me arrepentiré de algo que haya hecho. Vivo con la presión constante de hacer de mi existencia algo genial que valga la pena. Y ni siquiera sé si yo valgo la pena.

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