miércoles, 16 de marzo de 2011

Oportunas fueron sus manos acariciando mi espalda, que sin darse cuenta, calmaban el dolor provocado por la ausencia que durante meses se propagó sobre mí. Y aunque se que el no me quiere y que tampoco lo quiero de vez en cuando uno necesita que alguien nos haga recordar que somos humanos, que poseemos aliento cálido y que precisamos de cariño. Pense que había olvidado esos detalles cuando me quede sola, completamente aislada de todo estilo de sentimiento, sensaciones y expectativas en la vida. El me sujetó de la cintura y se apropió de mi sin necesidad de pedir que confiara en el, el sabia que todo estaría bien, que no era pecado querer la compañia de alguien, no hizo falta prometer que no me haría daño porque sabe que sus cadenas son las promesas que no pronunció y ninguno de los dos quiere ataduras. Supo comprender que me agrada el silencio y que puedo ser un tanto simpática y sarcástica entre sus brazos. Con su abrazo pude sentir tranquilidad, un poco de calidez en este mundo que parece congelarse con el pasar del tiempo. Y cuando me miró a los ojos, pude sentir como observaba y notaba el vacío que ocultaban tras una sonrisa pícara, creo que vio mi expresión de dolor cuando dieron las siete y tuvo que irse de mi lado. Desde luego, pudo no significar nada pero cuando te falta el aire con tanta frecuencia, que sople la brisa por un momento te deja con ganas de que la rafagas de viento corran seguido y puedan siempre darte un respiro.

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Que extraña manía la de los hombres de tenerla a una mujer dando vueltas por migajas. Que tontas las mujeres que se dejan estar.

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